pocos hombres
aman–
durante mucho tiempo
los viajes,
esa ruptura perpetua
de los hábitos,
una continua conmoción
de todos los prejuicios.
yo me había convertido
en un interior,
y paseaba–
como por un interior;
todo lo exterior
se volvió sueño,
lo hasta entonces
comprendido,
incomprensible.
quisiera
no acariciar el cuerpo
que amo, sino–
ser la caricia
[nada contribuye
tanto a tranquilizar
la mente como
un propósito firme]
yo ya no era yo,
era otro,
y precisamente–
por eso,
otra vez yo.
a la dulce luz del amor,
reconocí o creí deber reconocer
que quizá el hombre
interior–
sea el único
que en verdad existe.